Cuando se es joven se piensa que para llegar a la tercera edad falta mucho tiempo y que no hay problema a ser resuelto por los jóvenes, que para eso están los adultos. Sin embargo, el tiempo pasa y, sin darse cuenta, uno se está acercando a esa edad que indefectiblemente a cada ser humano le toca vivir, siguiendo los ciclos de la vida. Por lo tanto, es importante considerar este tema con más profundidad entre todas las comunidades japonesas de las América, intercambiando experiencias válidas, así como los eventuales fracasos, para que a través de esos aportes se pueda llegar a un desarrollo eficaz en relación a esta problemática. Cada uno de nosotros debería analizar este tema como un deber ciudadano dentro de las comunidades japonesas y nikkei de este continente.
El proyecto del cuidado de la ancianidad es de largo plazo, se debe empezar desde joven. Luego de una visita a una comunidad de descendientes de alemanes en regiones alejadas de la capital, hemos notado algo digno de ser comentado: el aporte de los jóvenes desde su primer trabajo para la ayuda social y esto incluye, además del mejoramiento comunal, la atención de la tercera edad. A través de los años, cada ciudadano contribuye con conciencia y es retributivo y acumulativo: “Uno aporta en el presente para los demás, llegado a la tercera edad otros aportan para la subsistencia de uno”
El mantenimiento de un Hogar de Ancianos requiere de mucha inversión, sobre todo para la atención de los ancianos con discapacidad, enfermos y en situación de terminales. Esta es una realidad preocupante que va surgiendo en la vida moderna y en la actualidad con mayor volumen en las grandes ciudades.
El logro material y la realización profesional es una competencia ardua entre la nueva generación y el cuidado de los ancianos queda bajo la responsabilidad de una institución o un asilo. O, en su defecto, en cuidado domiciliario por medio de voluntarios o expertos. Sin embargo, nunca es tarde para el análisis de este proyecto encaminado a buscar un refugio seguro e inminente para los ancianos.
Por otra parte, es importante considerar que la vejez, metafóricamente, es el otoño de la vida, en el que los frutos maduran y toman un colorido especial y el sabor se acentúa en su máximo nivel, es decir, que se vuelven riquísimos. El ser humano, llegado a esa etapa de vida, tiene un dominio de la vida y se encuentra en la madurez plena, dispuesto a contribuir con las frutos que está cosechando; es decir, la riqueza acumulada del conocimiento a través de la experiencia con una amplitud de criterio y una visión mucho más amplia de la vida, pero que físicamente va deteriorándose y se vuelve como una carga el usufructo de ese cuerpo.
No se debería considerar, por lo tanto, que los ancianos están dentro de una obsolescencia y que ya están en desuso dentro de esta era moderna, en que los avances tecnológicos, la rapidez de la comunicación y las muchas ventajas que el neoliberalismo y el capitalismo han producido, creando también nuevos individuos acordes a la sociedad en la que se desarrollan. Por el contrario, es importante rescatar, valorar la disciplina, la ética, la filosofía de vida que ha venido sosteniendo la experiencia actitudinal, laboral y el ethos japonés que no ha pasado de moda. Hacer una combinación selectiva entre el pasado y el presente sería lo ideal. Mientras haya respeto y consideración en que el ser humano sea realmente humano, tales paradigmas nunca se agotarán.