Yo crecí odiando mi nombre. Quise cambiarlo por Amy. Amy suena tierno y además, caucásico y yo quería ser las dos cosas. Todas mis amigas y muñecas Barbies eran caucásicas y yo quería ser como ellas. Recuerdo haber sentido cierto desasosiego cuando tenía 7 años, deseando con todas mis fuerzas que pudiera cambiar mi nombre. Sorprendentemente, cuando les conté a mis padres sobre la idea, ellos se rieron.
En mi familia, yo era la tercera de cuatro hijos. Nací en la zona suburbana de Nueva Jersey en los años 60, sin otra familia asiática a la vista. Mis padres me dieron un nombre japonés, tal y como ellos hicieron con mis dos hermanas mayores. Al ser un científico, mi padre creó una forma metódica para nombrar a sus hijos. Escribió todos los hiragana (caracteres fonéticos japoneses) en un papel y los cortó en pedazos separados. Luego, junto con mi madre, los mezclaban hasta que sacaran un nombre que a ellos les gustara.
Ellos pusieron el nombre de Kenichi a su tan esperado hijo varón. Siempre lo llamaban “Ken”. ¡Yo estaba tan celosa de que él tuviera un nombre que sonara estadounidense! Un día, Ken llegó a casa con un retrato de silueta de sí mismo que hizo en su clase de arte de 4to grado. Le dijo a mi madre que él protestó cuando la maestra de arte lo obligó a escribir "Kenneth" en la parte inferior del dibujo con letras gruesas. Ella supuso erróneamente que su nombre era el diminutivo de Kenneth. Me asustó ver cuán enfurecida estaba mi madre.
Mis padres, ambos criados en Japón, escogieron al principio el nombre de “Nana” para mí. Ellos querían nombres japoneses para sus hijos que sean fáciles de pronunciar para los estadounidenses. Sus amigos estadounidenses les dijeron que Nana no era un buen nombre porque todos se imaginarían que yo fuera una vieja abuelita, lo que podría dar lugar a algunas situaciones confusas, como “Nana duerme en una cuna” y “¡A Nana le encanta bailar con su tutú!”
Ellos se decidieron por Yumi. Me avergüenzo cuando la gente me pregunta por el significado de mi nombre. Los caracteres se traducen como "buena" y "hermosa." Esto hace que la gente que me pregunta por su significado se sientan incómodas y obligadas a decir “Oh, eh… ¡Sí! Eres fiel a tu nombre.” Mi respuesta usual es desviar mi mirada y mascullar “gracias” sin mucho entusiasmo, ya que me siento muy incómoda como para afirmar esas cualidades.
Esta es otra razón por la que quería ser Amy. No solo era una sílaba que me separaba de ser una extraña y ser como todos los demás, sino que Amy significaba “amada," de modo que este nombre no lleva la carga de tener que sentir o actuar de una forma determinada. ¡Significa que otros me amarían incluso si yo fuera mala y fea!
Mis padres escogieron mi nombre con la mejor de las intenciones. Ellos querían que yo recordara de dónde ellos venían. Y así lo hago. Sin embargo, ellos no habían previsto que al escoger un nombre en japonés, podría alejarme más de mi propio país. Además, ellos alcanzaron la mayoría de edad en Japón durante la segunda guerra mundial y su cultura familiar se enfocaba en la sobrevivencia y el éxito y no en los sentimientos, de modo que nunca se hablaba sobre estas cosas.
Mi nombre me ha ayudado a definir quién soy yo. Desde la secundaria hasta la preparatoria, me hice experta en pretender que me siento tan digna como los demás, a pesar del sutil racismo y las burlas no tan sutiles. El hecho de sentirme diferente me motivó a aspirar por la popularidad y el éxito. Sí, comprometí mi propia verdad para encajar, pero también aprendí algunas lecciones: pude soportar la adversidad y cumplir con mis metas. Y lo más importante fue que aprendí que la adaptación es una victoria superficial y conmigo no van las apariencias.
En la universidad se convirtió en una misión para mí descubrir quién era yo. Estudié japonés e historia japonesa. De hecho, terminé especializándome en el idioma japonés y pasé siete reveladores meses en el programa Junior Year Abroad en Japón. Tuve una conexión física con el idioma japonés, pero allá aprendí que yo era realmente una estadounidense en el interior.
Ahora que vivo en un lugar en donde no puedo arrojar una piedra sin que golpee a otro asiático, no me siento como una extraña. Todavía impera el racismo donde estudié la secundaria y la preparatoria en Rumson, Nueva Jersey. Hace unos años, mi sobrina, quien es mestiza japonesa, fue detenida por un policía quien le gritó desdeñosamente “¡¿HABLA—USTED—INGLÉS?!”
Debido a mi pasado, cuestiono el hecho de haberme casado con un hombre caucásico y haber tenido dos hijos con nombres ingleses y célticos. Pero, todo lo que puedo decir es que me casé con una persona y no con una raza. Mis hijos tocan el taiko y estudian japonés, además que devoran las hamburguesas y el ramen con el mismo gusto. Ellos aceptan su herencia japonesa así como sus segundos nombres japoneses.
Tengo una amistad muy cercana con mujeres Nikkei, quienes en su mayoría tienen nombres estadounidense comunes y tuvieron experiencias muy diferentes al crecer rodeadas por otros asiáticos. Ellas tienen una confianza innata que yo admiro y son mucho más divertidas que yo. Estas amistades que me han brindado su apoyado, acompañadas del amor incondicional de mi esposo y de mis hijos, me han inspirado a esforzarme por sentirme BIEN con quien yo soy, tanto dentro como fuera. Ahora, he hecho las paces con Yumi, mientras no me preguntes cuál es su significado.