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ニッケイ物語 8—ニッケイ・ヒーロー:私たちの模範となり、誇りを与えてくれる人

Masao Iimuro: Fortaleza y ejemplo de una comunidad que superó la injusticia y la persecución

Cuando conocí personalmente a Masao Iimuro, en el año de 2007, ya estaba al tanto de muchos detalles de su vida. Sabía que se embarcó con destino a México a fines de 1940, procedente de la ciudad de Nagoya, donde había nacido 19 años atrás. Tenía detalles precisos de su arresto en el mes de mayo de 1942 y de su encarcelamiento posterior en el penal de las Islas Marías, en el de Lecumberri y en la fortaleza de Perote, en Veracruz. Sin ningún juicio ni acusación precisa y con la sola imputación de ser “extranjero peligroso”, el joven japonés pasó encarcelado siete años hasta que fue puesto en libertad en el año de 1949.

Desde su arribo a América a principios del siglo XX, además de ser discriminados, los inmigrantes japoneses fueron considerados, de hecho, por sectores del gobierno norteamericano como una “avanzada” del ejército imperial, dispuestos a invadir Estados Unidos. Por esto, muchos años antes de que estallara la guerra entre Japón y los Estados Unidos en 1941, los órganos de inteligencia norteamericanos los vigilaron y persiguieron en todo el continente.

モチダ家の方々で、強制収容所に移送される前の様子(写真:アメリカ国立公文書記録管理局)

La reclusión de 120 mil japoneses y sus descendientes en campos de concentración en Estados Unidos y el encarcelamiento de Iimuro eran la prueba violenta y extrema de la guerra contra los inmigrantes japoneses en América. Escuchar de viva voz el testimonio de Iimuro me parecía por tanto muy importante para comprender esa etapa de la historia de México. Lo busqué y le pedí me permitiera entrevistarlo pero de manera tajante lo rechazó y me indicó que no deseaba platicar nada al respecto. Para mi fortuna, le pedí a un amigo en común, el periodista Shozo Ogino, que le solicitara nuevamente la entrevista. Iimuro aceptó finalmente, poniendo como condición que el encuentro se realizara en casa del periodista.

メキシコ及び米国当局の検問を受けた飯室氏の手紙の写し(写真:メキシコ国家総合文書館)

En los archivos de México y de Estados Unidos yo había recabado extensos y detallados informes que los agentes de la Secretaría de Gobernación y del FBI norteamericano tenían sobre Iimuro. Incluso en los archivos encontré copias de las cartas que el joven Iimuro enviaba a sus amigos y familiares en Japón. En sus misivas los exhortaba a que se sintieran orgullosos de ser japoneses y les expresó que él se sentía “muy feliz de serlo”. Pero además, escribió algo muy delicado: “Dentro de algunos días salgo a matar a balazos a Roosevelt…después iré a destruir el Canal de Panamá”. Cuando Iimuro fue detenido, reconoció la autoría de las cartas y la gravedad de tales afirmaciones, pero señaló a las autoridades que evidentemente eran bromas que no podía cumplir.

En la casa de Ogino entregué engargolado, al ya para ese entonces abuelo de 87 años de edad, todo el material que había acopiado en archivos. Lo voluminoso del mismo fue lo primero que sorprendió a Iimuro. Le comenté incluso que había reportes del director general del FBI, Edgar Hoover, dirigido al general Edwin Watson, secretario del presidente Roosevelt, para que estuviera al tanto del caso de Iimuro en México. Al atacar la marina japonesa la base norteamericana de Pearl Harbor en diciembre de 1941, el gobierno mexicano, a petición del norteamericano, obligó a los inmigrantes y sus familias, dispersos en muchos estados de la República, a trasladarse y radicar en las ciudades de Guadalajara y México. Pero el encarcelamiento de Iimuro era extraordinario pues el motivo para hacerlo se sustentó en las ideas y la posición política que expresó en sus cartas. Las autoridades lo consideraron así un “extranjero peligroso” de “filiación fascista” por lo que se le aplicó el artículo 33 constitucional que significaba su expulsión del país. La orden de expulsión no se logró realizar debido a la ruptura de comunicaciones con Japón por lo que se decidió encarcelarlo sin juicio alguno.

Antes de conocer a Iimuro, la única imagen que podía tener sobre el joven era la que se plasmaba en sus cartas. No me resultó difícil imaginarlo—como posteriormente me confirmó—con su banda alrededor de la cabeza, hachimaki, gritando banzai para despedir a las tropas japonesas que se dirigían a China. “Vayamos muchachos japoneses, seremos guerreros valientes” era una estrofa de una canción que Iimuro cantó junto con cientos de estudiantes en la estación del tren de Nagoya. En las cartas se evidenciaban las fuertes convicciones nacionalistas de ese joven y su apoyo al rumbo que había tomado la política expansionista de Japón frente a los poderes occidentales que ocupaban diversos países asiáticos.

飯室正夫のメキシコ入国の身元証明書(写真:メキシコ国家総合文書館)

La vida de Masao Iimuro, en efecto, refleja de manera clara las ideas y la visión de los jóvenes que fueron educados en la década de 1930 en pleno ascenso del ala militarista que tomó el control del gobierno japonés y que desató la intervención contra China a partir de 1931. Por tanto, mediante su historia personal, podemos reconstruir la situación de encono y enfrentamiento entre las grandes potencias que arrastraron a todo el mundo a una guerra mundial.

Iimuro encontró en México un ambiente propicio para ahondar sus convicciones contra los Estados Unidos. En 1941, la población tenía muy presente las agresiones y las intervenciones militares norteamericanas en México. Tres años antes, en 1938, el gobierno del general Lázaro Cárdenas recuperó para la nación las riquezas naturales del subsuelo al expropiar los bienes de las compañías petroleras inglesas y norteamericanas, medida que desató una enorme oleada de apoyo popular.

El joven japonés constató esa situación por lo que escribió en sus cartas: “el pueblo lleva muy en alto las ofensas de los ingleses y norteamericanos” pero además se sintió apoyado en la población mexicana al considerar que “las masas son japonófilas”. Estos sentimientos populares, hasta ese momento, se encontraban en sintonía con los de la población japonesa que consideraba a Estados Unidos e Inglaterra como los diablos malignos, kichiku beiei, a los que había que combatir.

Las extensas y aleccionadoras pláticas que posteriormente mantuve con el señor Iimuro en su casa, me permitieron conocer de manera profunda al joven que había llegado a México. Por principio, me pude percatar de la enorme vergüenza que lo agobiaba por haber escrito esas cartas y pasar tantos años en la cárcel, hechos que guardaba en secreto aún para su propia familia. La serie de documentos que le había entregado, eran celosamente guardados en su caja fuerte para que nadie los pudiera leer. Con gran discreción, aunque ya con suficiente confianza, las entrevistas se fueron convirtiendo en charlas muy amenas. Iimuro fue desgranando los hechos que fueron marcando a toda esa generación de jóvenes en Japón, en particular la etapa de “guerra santa”, seisan, con la que Japón pretendió de manera agresiva “purificar” la influencia de las potencias occidentales en Asia para su beneficio.

Las vivencias personales de Iimuro me permitieron ahondar en la historia de Japón durante esa época, gracias a que contaba con una extraordinaria memoria y a que tenía un gran conocimiento de la historia de su país debido a la formación autodidacta que fue adquiriendo con el tiempo. Masao Iimuro de entrevistado se fue convirtiendo para mí en un maestro, pues cualquier duda que tenía sobre la etapa previa a la guerra y sobre inmigración japonesa en México acudía a su ayuda para resolverla. Su esposa, Fumiko, formaba parte ocacionalmente de las pláticas sobre el Japón de ese entonces. Juntos reconstruyeron el kurai tanima, o valle lúgubre, nombre con el que la población recuerda la larga etapa de guerra que vivió Japón desde 1931. En conjunto llegamos a la conclusión que ese valle extendió su manto hasta América debido al racismo y a la persecución de los japoneses que la histeria de guerra generó.

Pude comprender las motivaciones de Iimuro que, sin tomar las armas, llegó a México consciente de que su papel era apoyar a su patria mediante el trabajo que realizaba con gran eficacia en Porcelanas Kyoto, compañía en la que empezó a trabajar a los 14 años de edad en su natal Nagoya. Esta empresa, productora de azulejos y cerámica, había expandido sus ventas a diversos países de Latinoamérica con gran éxito. El dueño de la misma, Shujiro Yasuda, le encomendó a un inmigrante que radicaba en México, Jiro Oikawa, convertirse en el representante de esa empresa y abrir una tienda en la importante calle de Madero, en el centro de la Ciudad de México. Iimuro llegó a apoyar a Oikawa en el manejo de la misma con tal éxito que en poco tiempo se abrió otra sucursal más en un mercado del barrio de Tacubaya en la que trabajó hasta que fue aprehendido.

Iimuro, al ser liberado cuatro años después de que terminara la guerra, sin recursos, ni trabajo, ni un lugar donde vivir, acudió en busca del señor Oikawa. Juntos en un principio, reiniciaron sus contactos con el dueño de Porcelanas Kyoto quien aún conservaba su empresa y se dedicaba a la exportación de diversos productos. Aprovechando la etapa de acelerado crecimiento de la economía japonesa, Iimuro se dirigió a Japón en 1954 para ponerse de acuerdo con el señor Yasuda para reiniciar una nueva empresa en México. Durante esta estancia, Iimuro se casaría con la hija de Yasuda. Es interesante recordar que para viajar a Japón, vía Los Ángeles, Iimuro tuvo que dirigirse a la embajada norteamericana para solicitar su visa. El encargado de la embajada de manera socarrona le dijo: “¿Cómo haremos para garantizar la vida del presidente Eisenhower? Consultaremos con Washington?”1 Iimuro no regresó más, viajó vía Canadá.

飯室正雄氏とふみ子さんの日本での結婚式(飯室家コレクション)

Al pasar de los años la empresa que fundó Iimuro, Casa Yasuda, introdujo en México máquinas de coser japonesas que se vendieron con enorme éxito en varios establecimientos; posteriormente introdujo los equipos de sonido Kenwood. Hasta que cumplió los 80 años de edad, Iimuro siguió trabajando arduamente, cerró la empresa y se dedicó a leer desde la “a” la “z” los diarios de México y Japón y las novelas de misterio, que lo apasionaban.

La vida le dio el tiempo a Iimuro para disfrutar de sus nietas y de sus dos hijas que son profesionistas exitosas: una doctora y la otra arquitecta. Generoso con lo que le tocó vivir, Iimuro consideraba que quizá se mantenía vigoroso debido a los siete años que estuvo en prisión. Así lo estuvo hasta el último día de su vida cuando murió apaciblemente a la edad de 94 años.

飯室正雄氏、妻と孫娘(飯室家コレクション) 

El injusto encarcelamiento de Iimuro y la concentración de las comunidades japonesas como consecuencia de la guerra son hechos que nunca se debieron de presentar y mucho menos repetir. La fortaleza, trabajo y organización de los inmigrantes permitieron superar ese trance. Un reconocimiento y una disculpa por parte del gobierno sería lo menos que deberíamos de esperar.

Nota:

1. Shozo Ogino, Yo me encargo de Roosevelt. Memorias de un preso político: Masao Iimuro, Artes Gráficas Panorama s/f. Consultar igualmente Sergio Hernández Galindo, La guerra contra los japoneses en México. Editrorial Itaca, 2011.

 

Nota del autor: Agradezco a Joaquín Rosales sus valiosos comentarios que mejoraron este artículo.

 

© 2019 Sergio Hernández Galindo

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